Estas hembras rara vez viven más de cinco o seis años, porque vegetan miserablemente toda su existencia, eternamente enjauladas o/y encajonadas, sucias, nunca bañadas, enfangadas en su propias evacuaciones, a menudo sometidas a las intemperies del clima o al contrario privadas de sol y de aire limpio, comiendo basura, lo mínimo necesario y a veces ni siquiera eso, sólo para ser engordadas sin reposo, una y otra vez, hasta que queden agotadas, y un día mueran.
Estas hembras, nunca salen ni saldrán de sus cajones, y su estado de salud física y mental es tal, así como la precariedad en las que son mantenidas, que no es raro que en los criaderos masivos deban recurrir a comerse a sus cachorros. Por un lado, este fenómeno se debe a que su salud es tan frágil, que éstos suelen nacer con muchas carencias, enclenques, enfermos, con taras congénitas o tullidos, por lo que sus madres los sacrifican instintivamente. Por otra parte, a veces, empujadas por el hambre y el olvido en el que viven, o simplemente por su lamentable estado psíquico, caen en este tipo de cuadros anómalos y enfermizos.
En cuanto a los perritos sanos que llegarán a su destinación en las tiendas, después de ser arrancados a sus madres incluso sin haber sido correctamente destetados, pues «el tiempo es oro», se les transportará como si fueran fardos para ser depositados en una vitrina, donde pasarán sus días viviendo y durmiendo aislados, expuestos al ruido constante, bajo luces artificiales y sórdidas como neones intermitentes, sin ver jamás el sol, sin tocar nunca el suelo sólido, eternamente postrados sobre bases de enrejado, viendo pasar a un cliente tras otro, día tras día hasta que se apagan las luces del local al caer la tarde; y así durante seis meses.
Al llegar esta fecha fatal, cuando según estimaciones estadísticas ya nadie los va a comprar, especialmente si pertenecen a razas medianas o grandes, serán simplemente «retirados» del mostrador, es decir, en lenguaje llano y común, asesinados. Terminarán sus tristes y breves días en una bolsa de plástico, si no es que de plano echados tal cual a un contenedor de basura.
Y es que no hay que engañarse: los comerciantes de animales en estas industrias no son otra cosa que especuladores, traficantes que viven de la explotación de los animales, a los que utilizan cual si fueran simples objetos de compraventa, meros recursos renovables de intercambio. En efecto, aquí no hablamos de un hospicio de caridad, sino de la forma en que hacen dinero estos sujetos sin escrúpulos, que no conocen la ética ni la compasión. Para ellos, por encima de cualquier consideración moral o noción de respeto hacia la vida de los individuos con cuya vida lucran, sólo la rentabilidad, el rendimiento y los beneficios generados por su negocio son lo que tomarán en cuenta.
Para ello, cuando uno de estos cachorros deje su vitrina, ya sea vivo o virtualmente muerto, simplemente irán a buscar a otro más en la cadena, otro miserable también procedente de una madre que, aprisionada en un estado de reclusión permanente, ha sido y es explotada sin piedad para que, repetidamente engordada, dentro de seis meses produzca una nueva camada, y así sucesivamente.
Así pues, cuando veas un cachorrito hermoso y terso en una vitrina comercial, no te dejes embaucar por las sonrisas falsas e hipócritas del vendedor que tan amablemente te lo ofrece. Ahora, tú ya sabes cuál es la cara oculta que nunca te mostrará, y sobre todo, estás consciente de a qué te quiere inducir con sus melindres y sus invitaciones insidiosas para, aprovechándose de tu amor por los animales, y a costa de tus buenos sentimientos y de tu dinero, perpetuar esta jugosa industria hecha de de esclavitud, de explotación, y de cruel sufrimiento.
¡Recuerda y difunde: No compres esclavos, mejor adopta un amigo!
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